martes, 17 de abril de 2007

Ciencia en niños de Cinco años

¿Por qué no a los cinco años?
El mundo es un lugar complejo. Se ve a simple vista. Casi nada es fácil de entender a la primera. ¿Por qué las cosas caen, arden, flotan, se pudren o vuelan? ¿Por qué la luz se comporta como lo hace? ¿Por qué sentimos frío o calor? Nadie en su sano juicio aceptaría fácilmente que el Sol está
quieto mientras la Tierra, con nosotros encima, gira vertiginosamente a su alrededor. Toda nuestra experiencia empírica demuestra lo contrario. Y tampoco es fácil aceptar que un vaso
de cristal o una manzana tengan átomos idénticos a los que forman nuestro cuerpo y que todos se cocinaron en la misma fábrica solar hace algunos miles de millones de años.
Las explicaciones que nos da la ciencia pueden llegar a ser muy convincentes pero desde luego no son nada intuitivas. Lo cierto es que comprender el mundo requiere esfuerzo.
Esfuerzo y método. Puede que sea hasta divertido, o mejor aún interesante, pero desde luego es una diversión trabajosa.
De todos modos, la idea parece unánime: vale la pena tratar de comprender el mundo, tormarnos una imagen del mismo ajustada a la realidad. No lo demoremos, pues nunca es pronto
para empezar, incluso a los cinco años. El mundo puede ser un lugar complejo, pero es el lugar donde vivimos.

Un laboratorio inmenso

El mundo es un gran laboratorio. Los objetos reales son el mejor campo de experimentación. Los niños pequeños, como los adultos, se apasionan fácilmente cuando realizan experimentos
reales. Lo esencial de la ciencia no es el cuerpo de conocimientos sino su método, la forma de proceder para comprender las cosas.
En la vida cotidiana de los niños hay infinidad de vivencias que pueden favorecer una actitud científica hacia el conocimiento.
Un día de lluvia, el espejo donde nos miramos para peinarnos, el balancín del patio, un viejo reloj, la sombra de un árbol, un rayo de sol que entra por la ventana, etc., son sucesos u oportunidades de las que se pueden extraer muchos conocimientos.
La vida cotidiana, esa sucesión de acontecimientos que llenan el quehacer infantil, se convierte en un marco referencial en el que el educador afianza sus relaciones con los alumnos.
Partiendo de las vivencias infantiles, el adulto propicia el acceso a las informaciones, diseña actividades encaminadas a estos fines y colabora facilitándoles los medios necesarios:
materiales específicos y seleccionados a la vez que familiares y caseros, tiempos necesarios para observar, manipular, experimentar, reflexionar y además comunicar (verbalizar, representar)
todo aquello que realiza.
¿Cómo escoger, de todo el conjunto de realidades que hay en este laboratorio, lo más significativo para nuestros niños y niñas? Cada caso es diferente. Los educadores deberán canalizar el acceso a las experiencias en función de las circunstancias.
Podemos partir siempre de lo próximo y lo cercano.
Proximidad física, para que las experiencias les interesen verdaderamente porque son cercanas a su realidad. Además no podemos olvidar proponer experiencias que les provoquen sorpresa y asombro por desconocidas. Pero también proximidad conceptual, en el sentido de que sean accesibles a su etapa de conocimiento. Es lo que Vigostky llama zona de desarrollo próximo, aquel espacio que existe entre lo conocido y la dificultad que entraña lo desconocido pero posible.